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Mirar a, mirar con, mirar acerca de, mirar para, mirar.

 

Mirar a, mirar con, mirar acerca de, mirar para, mirar.

El empleo de la mirada para obtener, compartir o transmitir información es una habilidad que los profesionales del sector educativo valoramos, estimulamos y reforzamos, tanto como un fin en sí mismo (por las implicaciones atencionales, cognitivas y socioemocionales que conlleva) como medio para una evaluación preliminar de la comprensión (por tratarse de una conducta con la que el/la alumna nos puede manifestar una interpretación básica de nuestra instrucción al dirigir o no la mirada hacia un elemento significativo de la misma)

Los bebés dirigen de forma selectiva su atención a los rostros de las personas, aumentando progresivamente la tendencia a mirar hacia los ojos y la boca. Alrededor de los 8-9 meses pueden seguir la mirada de la madre y dirigen la suya hacia el lugar al que la madre está atendiendo. Antes del primer año de vida desarrollan la habilidad de la referencia compartida: mirar con…acerca de… Esta habilidad se correlaciona con otras (señalar, imitar) fundamentales por sus implicaciones sociocomunicativas. Niño/a y adulto comparten el interés por el mismo estímulo, mantienen y alternan la atención, comparten una experiencia tanto perceptiva como emocional.

En el último cuatrimestre del primer año de vida aparece la referencia social: mirar a la persona de referencia para compartir no sólo percepciones o emociones, sino también expectativas: obtener información aprobatoria, desaprobatoria, de ánimo, de confianza, de desconfianza, de conformidad…. El/la niño/a pide al adulto que le transmita cómo se ha de sentir o actuar ante un objeto o un suceso que genera duda. Esta habilidad progresará durante el segundo año de vida

Y toda esta información se transmite con la mirada y la expresión facial correspondiente. Un dibujo esquemático de ojos, cejas y boca con diferentes curvaturas y ángulos enmarcados en un círculo nos permite representar e interpretar distintos estados emocionales.

Por todo ello, la mirada, en sentido amplio, se convierte en objetivo prioritario en nuestra labor educativa. Es un recurso con el que niños/as y adultos pueden comunicar estados e intenciones. Incluso aunque nunca nos hayamos parado a reflexionar sobre la relevancia del contacto ocular evocado o provocado, se intuye que “algo no va bien” cuando se evita consistentemente la mirada.

Se manifiesta en multitud de situaciones incidentales o intencionales: en la respuesta de orientación al llamar por el nombre propio, en la alternancia de la mirada en el transcurso de una acción compartida, en la alternancia de la mirada del adulto al objeto para llamar y compartir la atención sobre el mismo (es significativo que se emplee la expresión “mira”, para llamar la atención sobre algo), al dirigir la mirada hacia donde le indicamos…

Puede usarse con funciones imperativas: mirar para pedir objetos, acciones, ayuda… Puede usarse con funciones declarativas: mirar para transmitir necesidad, novedad, interés, incertidumbre, desazón, atrevimiento, desafío…

Es una habilidad especialmente valiosa en el caso de alumnado con pocos recursos comunicativos o con recursos alterados, con dificultades para interpretar instrucciones o que se inhiben ante demandas directas. Ante la falta de otras iniciativas o habilidades motoras o verbales, hemos de estar atentos a identificaciones visuales correctas del objeto de la instrucción y confirmárselas. Se ha de trabajar de forma expresa en algunos casos para conseguir un contacto ocular ante orden. Nos asegura atención y concentración durante la instrucciones. Nos permite además “controlar o dirigir” comportamientos a distancia, especialmente útil en situaciones de grupo, inhibiendo o estimulando conductas.

Una mirada cómplice es un instrumento poderoso. Debemos usarlo y aprovecharlo.

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